Constanza Sánchez

Constanza Sánchez

Entrevista realizada por Habi Alh Habi BCN, 2016

«En general, los grupos mafiosos tienen una capacidad de adaptación espectacular»

Constanza Sánchez es la coordinadora de Leyes, Políticas y Derechos Humanos de la Fundación ICEERS (International Center for Ethnobotanical Education Research & Service). Politóloga de formación, es doctora en Relaciones Internacionales y Derecho Internacional, investigadora y activista por la reforma de las políticas de drogas. Las líneas de investigación que ha trabajo en los últimos años son la economía política de las drogas ilícitas, la delincuencia organizada transnacional y las políticas nacionales e internacionales de drogas, temas sobre los que ha publicado numerosos artículos, capítulos de libros… de estudio y divulgación. Es coautora de libros como Mercados ilegales y violencia armada. Los vínculos entre la criminalidad organizada y la conflictividad internacional (publicado por Tecnos, Barcelona, 2015) y a finales de año publicará su tesis, titulada El régimen internacional de control de drogas: formación, evolución e interacción con las políticas nacionales. El caso de la política de drogas en España, que recibió el Premio Reina Sofía de Investigación sobre drogas 2015.

De 2007 a 2013 trabajó en el Departamento de Derecho Internacional y Relaciones Internacionales de la Universitat Pompeu Fabra. Ha sido investigadora visitante en la Universidad de Miami (2010), el Justice in Mexico Project de la Universidad de San Diego (2012) y asistente de investigación en el Observatorio Global de Políticas de Drogas de la Universidad de Swansea (2013). Ha realizado trabajo de campo sobre políticas de drogas en Perú, Estados Unidos, México y la frontera México-Estados Unidos y colabora con varias instituciones de investigación en políticas de drogas.

Constanza se incorporó a ICEERS en el 2013 y desde entonces participa en la defensa de casos de personas que se enfrentan a problemas legales por cuestiones relacionadas con la ayahuasca y otras plantas psicoactivas. Coordina el Ayahuasca Defense Fund, que cuenta con un Comité de expertos por la regularización de los etnobotánicos psicoactivos, iniciativa surgida en la Primera Conferencia Mundial de la Ayahuasca celebrada en Ibiza en 2014. En el mes de marzo participó en las conferencias sobre ayahuasca que, organizadas por Can Benet Vives, se celebraron en la Casa América de Barcelona, y en el Encuentro de Mujeres Cannábicas celebrado también en la ciudad condal. También ha representado a su organización en las reuniones de la Comisión de Estupefacientes de Viena y en la UNGASS celebrada el pasado mes de abril.

Hola Constanza, ¿por qué te interesó, como politóloga, el ámbito de las drogas ilegales y las consecuencias derivadas de su prohibición?

Yo estudié Políticas y Estudios Latinoamericanos en la Universidad Complutense, y siempre me interesaron los temas sociales. La verdad es que recuerdo que acabando la carrera el tema que más me interesaba era el de las migraciones, sobre todo porque me había impactado mucho todo lo relacionado con la inmigración ilegal desde Centroamérica y México a EEUU, lo que pasaba en la frontera donde en ese momento (gobierno de George W. Bush, el hijo) se estaba construyendo un muro, y también la historia de La Bestia, como llaman al tren que cruza todo México y en el que las y los migrantes centroamericanos se suben de manera clandestina para llegar a la frontera norte, y los brutales impactos, como las olas reiteradas de feminicidios. Recuerdo que nos mandaron un trabajo sobre el Plan Colombia en una asignatura que se llamaba Geografía Política de América Latina. La cuestión era ver qué había de real y qué de construido en los discursos políticos alrededor del conflicto y del narco en Colombia. Me fascinó tanto el tema que decidí indagar más y más, hasta que al final lo hice mi tema de investigación durante el doctorado, que fue evolucionado mucho, y eso es lo que me ha movido durante todos estos años. Entonces, puedo decir que mi identidad como politóloga (por decirlo así) se construyó ya sobre el interés en los temas relacionados con lo ilícito, la desigualdad social, las relaciones de poder, los derechos humanos… En realidad, migración y drogas son fenómenos muy entrelazados en ese contexto. Desde ahí mi interés fue evolucionando hacia las políticas de drogas, pues al final todo se puede reducir a que las prohibiciones son producto de determinadas decisiones, que toman determinadas personas en un momento y contexto concreto. Y que por tanto se pueden revisar y cambiar. De ahí también pasé al activismo e intenté combinar las dos dedicaciones. Fue una evolución que se dio con bastante naturalidad.

¿Por qué escogiste la fundación ICEERS para desarrollar tu actividad laboral?

Pues, la verdad, no sé si la escogí yo o fue ICEERS, mejor dicho, sus miembros, quienes me eligieron a mí. Una mezcla de las dos cosas. Rondaba el año 2013 y yo estaba trabajando en Swansea, Reino Unido, en un centro de investigación sobre políticas de drogas ─el Global Drug Policy Observatory─. Por razones varias entré en contacto con Òscar Parés, que me ayudó a conseguir información sobre el tema del cannabis en España que necesitábamos para un proyecto. Y así oí hablar sobre ICEERS y el trabajo que hacían con la ayahuasca y las políticas de drogas. Me fascinó la fundación, primero porque mezclaba en una misma organización temas internacionales de drogas, políticas y leyes, junto con toda una rama de ciencia y de apoyo psicológico, educación… Ninguna organización, que yo hubiera conocido, abarcaba tantos temas relacionados de una forma tan creativa. Y segundo porque, en uno de mis viajes a Barcelona en búsqueda de sol y calor (escasos ambos en Gales) conocí al equipo y enseguida tuvimos buena sintonía. Cuando decidí volver a Barcelona y dejar la vida de emigrante (perdón, de movilidad exterior, según nuestra ministra de Trabajo de entonces) empecé a colaborar de voluntaria con ellos mientras acababa la tesis, para empezar a dar forma al tema de leyes dentro de la fundación, que ya existía pero al cual querían darle más espacio e impulso. Después de la Conferencia de Ibiza, en noviembre de 2014, me uní al equipo de forma permanente. Y hasta ahora. Por cierto, el trabajo que más he disfrutado nunca, y con unos compañeros estimulantes e inquietos de los que he aprendido muchísimo y sigo aprendiendo cada día. Un privilegio trabajar aquí, y con ellos.

El hecho de que ICEERS se centre en el uso de drogas de origen vegetal como la ayahuasca, la iboga, la marihuana… ¿supone la exclusión del estudio de sustancias sintetizadas en laboratorio como la LSD o la MDMA?

En realidad, hay muchos aspectos de nuestro trabajo que van más allá de las sustancias de origen vegetal. Por ejemplo, una parte que me toca mucho a mí es el tema de incidir por un cambio de políticas de drogas, de acabar con el prohibicionismo como respuesta generalizada a las sustancias que alteran la mente, sin distinguir entre diferentes sustancias, tipos de uso, etc. Entonces, en este sentido el trabajo es un frente común para todas aquellas sustancias que reciben este tratamiento legal y político, sean de origen vegetal o sintético. Pero, no obstante, en otros frentes nuestra «misión» y trabajo se centra en las sustancias de origen vegetal que tienen unas particularidades que las hacen distintas a las sustancias sintéticas. Por ejemplo, tanto la ayahuasca como la iboga han sido utilizadas de manera tradicional en sus contextos originarios y en la actualidad el uso se extiende a otros lugares «no nativos», digamos, de manera reformulada pero (casi) siempre con una conexión con las formas tradicionales de utilización, que marcan profundamente la manera en la que son utilizadas, la intención que muchas personas ven en dicha utilización y el significado que se le da a esta. El cannabis es un poco distinto por muchas razones, porque es una sustancia mucho más «domesticada» (en palabras de Rosa del Olmo, criminóloga venezolana que hizo un trabajo muy interesante en este sentido) en las sociedades «no originarias», y cuya utilización está mucho más generalizada, más banalizada en cierto modo, en el sentido de que no tiene una conexión con el consumo tradicional que tenía lugar, por ejemplo, en el norte de África o en la India. Además, trabajar cuestiones relacionadas con las sustancias de origen vegetal tiene otras particularidades, como la dimensión cultural indígena que las rodea, la importancia de las cuestiones ambientales y de sostenibilidad y, otra muy relacionada con el trabajo que yo hago en el ámbito legal, el hecho de que el tratamiento legal que se les da es muy distinto al de las sustancias sintéticas. Ni la ayahuasca, ni la iboga, ni el peyote, ni los hongos psilocibios están prohibidos específicamente en casi ninguna jurisdicción del mundo, aunque sí los ingredientes psicoactivos que contienen: la DMT, la mescalina, la psilocibina, etc. No hay evidencias de que exista un mercado ilegal, por ejemplo, en el caso de la ayahuasca, ni constancia de consumo individual en contextos recreativos fuera de ceremonias más o menos organizadas. Pero bueno, dejo de irme por las ramas y contesto a tu pregunta: no excluimos, de entrada, ninguna sustancia y de hecho hay maneras en las que nuestro trabajo incluye sustancias sintéticas. Pero nos enfocamos principalmente en las de origen vegetal porque, como dicen en inglés, «you can do anything, but you can’t do everything» (eres capaz de hacer cualquier cosa que te propongas, pero no es posible hacerlo todo).

¿Qué formas de regular la legalización de las drogas prohibidas se barajan actualmente en este nuestro mundo mundial?

Esta es una pregunta amplia y difícil de resumir en pocos minutos. En la actualidad se barajan múltiples maneras de gestionar las cuestiones relacionadas con las drogas ─o sustancias controladas, podríamos decir─ desde otra perspectiva diferente a la prohibición. Si trazamos una línea imaginaria, y a un extremo ponemos la prohibición más absoluta y criminalizadora, la más punitiva, y al otro el mercado libre de drogas, podríamos ubicar entre ambos todas las alternativas que están floreciendo en la actualidad y tener un mapa visual algo más claro: entrarían dentro de este continuo tanto la políticas de descriminalización a la portuguesa, como las de regulación estatal a la uruguaya, hasta llegar al extremo del libre mercado de Colorado para el cannabis. A mi parecer, hay dos cuestiones que deben tenerse en cuenta a la hora de cambiar de un mundo prohibicionista a otro no prohibicionista, si queremos que el cambio sea realmente para construir algo mejor. La primera, que es más ideológica, es que hay que decidir si lo que se quiere es un modelo de gestión estatal o de libre mercado, y también podríamos hablar de un modelo más libertario, basado en la libre voluntad y libertad individual sin estar mediado por el Estado ni por el mercado (espacio difícil de conseguir para cualquier ámbito, parece). Esto es importante porque, cuando una actividad sale de la clandestinidad a la luz, las fuerzas del Estado y del mercado caen sobre ella de manera dramática. La segunda es que, para no repetir uno de los grandes errores de la prohibición, es fundamental distinguir entre tipos de sustancia, tipos de uso y tipos de contexto, tanto de consumo como de lugares en los que opera el mercado de las drogas. Si aplicamos la misma forma de gestión a todas las sustancias y a todos los usos, aunque sea desde la regulación legal o el libre capitalismo, los problemas se reproducirán. Lo bueno de la prohibición es que ha tenido tantos fallos que se puede aprender mucho para el futuro.

En la última edición de la feria Spannabis de Barcelona hubo un encuentro de mujeres cannábicas en el cual participaste. ¿Cuál es tu aportación en este grupo social?

El Encuentro de Mujeres Cannábicas fue el resultado de una idea madurada durante bastantes meses por un grupo de mujeres vinculadas al activismo y al sector del cannabis, así como a otras cuestiones relacionadas con el ámbito de las drogas. Dicha idea surgió de la inquietud de buscar un espacio para reflexionar sobre los temas específicos que afectan a las mujeres activistas y profesionales de este ámbito, a la vez que para dar visibilidad a las cuestiones que afectan de una manera particular a las mujeres, tanto profesionales como usuarias. El encuentro en sí tuvo lugar el día antes de que empezara la feria, era algo al margen, aunque aprovechamos que muchas mujeres estarían en Barcelona para la Spannabis y allí se hizo la presentación pública de la iniciativa, que tuvo una acogida muy buena y recibió muchos apoyos de mujeres de referencia y con mucha experiencia en el tema. La idea es que este primer encuentro sea un punto de partida en la creación de una Red de Mujeres Antiprohibicionistas en la que estamos trabajando. Mi aportación hasta ahora ha sido la de formar parte del grupo inicial, motor, para conseguir organizar este primer encuentro. Ha sido un trabajo colectivo, con decisiones que se han ido tomando con mucho debate y consenso, un proceso muy horizontal y participativo, que creo que es una de sus grandes fuerzas. Personalmente, he aprendido mucho en muchos sentidos. He conocido a mujeres increíbles con las que apenas había compartido espacios, he aprendido de las dinámicas de acción colectiva, y también de cómo gestionar las reacciones que la iniciativa ha ido despertando, que han sido muchas y de muy variada motivación…

Por cierto, hace poco que has regresado de tu viaje a NY para asistir a UNGASS (Sesión Especial de la Asamblea General de Naciones Unidas, dedicada al tema de las drogas) de la ONU. Hace tiempo que desde diversos ámbitos y colectivos se venía hablando de las expectativas puestas sobre ese evento institucional. Ahora que ya pasó, parece que ha decepcionado a muchos. ¿Cómo valoras tú lo que se ha tratado allí y sus posibles consecuencias para el antiprohibicionismo?

Creo que podemos hacer distintas valoraciones en función de qué aspecto de la reunión enfaticemos. Pero en términos generales habría dos: una optimista, otra pesimista. Yo me quedo con la primera: soy optimista con el proceso que ha significado esta reunión en sí, aunque puede que el resultado inmediato deje mucho que desear. A ver si consigo explicarme. Si ampliamos el zoom y miramos con una visión de medio plazo, se han dado pasos de gigante (en la escala en la que se producen los cambios en las relaciones internacionales, claro). El hecho de que los representantes de numerosos estados como Canadá, la República Checa, Jamaica, incluso México y Colombia (en los dos últimos, los presidentes viajaron a Nueva York a la reunión) se posicionaran claramente por el fin del prohibicionismo y a favor de una regulación, sumándose a otros que se avanzaron unos años antes como Uruguay con el cannabis y Bolivia con la hoja de coca. El hecho de que la JIFE (Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes) esté más atenta a lo que las ONGs tienen que decir, desde la llegada del nuevo presidente, e incluso algunos de sus integrantes, como Francisco Thoumi, procedan del mundo académico crítico con el sistema de control actual. Y para mí muy importante, el gran protagonismo que ha tenido la sociedad civil pro reforma en la reunión. La cantidad de personas movilizadas, de recursos (no me refiero sólo al dinero), de formación, de organización, de investigación realizada para aportar evidencias de las políticas que no funcionan, y las alternativas que sí lo hacen… Era claro que la «calidad» del debate y de la investigación ya no está en los gobiernos, está en la sociedad civil. Todas estas razones, entre otras, son para mí razones para ser optimistas. Además, creo que no ayuda mucho persistir en la narrativa del «nada va a cambiar». Primero, porque sí están cambiando las cosas si se miran con un poco de perspectiva. Segundo, porque podemos caer en la profecía autocumplida: si nos repetimos constantemente que nada va a cambiar, es posible que esto suceda. Porque se pierde el sentido de por lo que se está trabajando, y la esperanza. No obstante, cuando ves a los gobiernos defendiendo la pena de muerte por delitos de drogas, porque según ellos funciona como herramienta disuasoria… pues claro, una piensa «que paren el tren, que me bajo». Uno de los problemas más grandes del sistema internacional de drogas es que los estados adoptan la mayor parte de las decisiones por consenso. Entonces, el mínimo denominador común entre un país con pena de muerte por drogas como Indonesia, Irán o Arabia Saudí, y uno progresista como Uruguay es muy nimio. Eso se ha reflejado en el documento final que ha adoptado la Asamblea General con motivo de esta Sesión Especial, que ni siquiera se atreve a incluir el término «reducción de daños» o a condenar la pena de muerte por delitos de drogas. Entonces, si miramos con perspectiva, hay razones para el optimismo. Pero por supuesto, esto no cambia el hecho de que hoy mismo intervengan un club de cannabis, por ejemplo. Y en ese sentido entiendo a quienes no sienten que se esté avanzando.

Según cómo, puede parecer que los intereses de quienes trabajan contra la prohibición de las drogas no coincidan exactamente con los intereses de los consumidores. Me refiero al hecho, por ejemplo, de la realidad en internet desde que se generaron webs como La ruta de la seda. Por un lado, demanda y oferta han creado un territorio donde se compra y vende con notable seguridad respecto a la calidad y anonimato, más allá de las prohibiciones. Por otro lado, quienes trabajáis a nivel institucional puede parecer que no salís de reuniones, encuentros internacionales, etc. sin que ello facilite o mejore el acceso seguro de los consumidores a las drogas que desean.

¿Qué te parece a ti?

Me parece una excelente reflexión la que haces sobre los intereses divergentes de los consumidores y de quienes trabajan para terminar contra la prohibición. Da mucho que pensar y desde luego es algo que se me ha puesto delante muchas veces, de diferentes formas.

La causa «antiprohibicionista» engloba en realidad muchas causas. Y lo paradójico es que, a veces, las personas y los objetivos que se engloban en ella son contradictorios, o poco solidarios entre sí. En mi caso, lo que me motivó a empezar a trabajar en el fin de la prohibición fue el impacto de la guerra contra las drogas en los países en desarrollo, sobre todo en América Latina. Para mí siempre fue un asunto que va mucho más allá del hecho de que haya personas que consuman una sustancia y que tengan derecho a un acceso libre y seguro (ya sea mediado por el Estado, el cooperativismo o la autoorganización, el mercado…). Y cuando digo «mucho más» me refiero a las implicaciones sobre la vida de las personas que se ven en el fuego cruzado de las políticas, la violencia, la desigualdad… relacionadas con la economía y la política de las drogas. Es decir, «mucho más» que la problemática de la falta de acceso de las personas a un uso recreativo libre de implicaciones legales, morales, sociales… Obviamente esto me parece fundamental, pero no es lo único: si ampliamos el zoom, es sólo una arista más del conjunto. Es muy común ver, por ejemplo, a un activista por la legalización del cannabis que no le interesa lo más mínimo la regulación de otras sustancias, o a una madre de desaparecidos en México que no ve nada claro esto de regular el cannabis, o a una persona que trabaja en atención a usuarios que no ve bien el dinero que genera la industria cannábica.

Creo que es erróneo el análisis que asume que todo lo relacionado con las drogas, en sus múltiples dimensiones, empiece y acabe en el consumidor. A ver si soy capaz de explicarme: Hasta los años noventa, aproximadamente, siempre se consideraba que el «problema» de las drogas era un problema de «oferta». Todo era culpa de unos traficantes malvados y sin escrúpulos que querían hacerse ricos regalando droga en las puertas de los colegios y teniendo más y más clientes. O aún peor, de los campesinos que preferían cultivar coca u opio a ganarse peor la vida, pero decentemente. A partir de entonces, se empezó a insistir en que la raíz del problema era la demanda: si existía la oferta era porque había muchos consumidores que la pedían. Ley de la oferta y la demanda. De este modo, la responsabilidad recae en el consumidor: si consumes, estás contribuyendo a la violencia y a todo lo demás: tienes tu tabique manchado de sangre. Creo que es más acertado el enfoque de considerar el fenómeno de las drogas como una cuestión de «economía política», es decir, una cuestión de mercados y de políticas públicas. No es responsable ni el campesino que cultiva ni el consumidor, sino que es la gestión que se hace de un mercado global muy lucrativo y del que tantos intermediarios sacan provecho (funcionarios, policías, políticos, militares, sindicatos, medios de comunicación…). Tanto provecho que la inercia ha sido muy difícil de cambiar, pues los propios encargados de acabar con el prohibicionismo eran los que sacaban más beneficio de su existencia.

Para mí, el potencial que tienen las personas que trabajan en la reforma política es que tienen una perspectiva más transversal, que son capaces de ver que es igual de importante el acceso seguro y legal para los consumidores que (hablando muy en general) la reforma del sistema de justicia en América Latina, o la abolición de la pena de muerte por delitos de drogas, o el fin del internamiento forzoso de usuarios en Asia, o el acceso a jeringuillas limpias, o el fin de la desigualdad racial y social, o el derecho a la sanidad de los usuarios de drogas. La cuestión es que todas las aristas están relacionadas, tienen un fundamento problemático común que es el prohibicionismo, pero no sólo eso. El prohibicionismo y sus consecuencias dependerán del contexto en el que este se produce y reproduce: el impacto será diferente si eres rico o pobre, según el barrio donde vives, el color de tu piel, la impunidad que haya en tu país, la transparencia del sistema político y la eficacia del sistema de justicia.

Sobre las reuniones interminables, y que éstas no terminen de tener un impacto que facilite la vida de los consumidores, pues puede ser cierto, pero depende. Me refiero a que yo considero que sí se ha avanzado mucho por la reforma y que esto tiene impactos en la vida cotidiana de muchas personas en muchas partes del mundo. No me parece justo que se responsabilice a los «reformadores» de hacer poco cuando los que tienen que dar los pasos clave son los gobiernos. Precisamente, si no hubiera existido esa presión por parte de la sociedad civil, de los investigadores… de muchas personas que han trabajado muchas horas, muchas veces sin recibir remuneración alguna por ello, seguramente se hubiera avanzado mucho menos, o nada de nada. Por ejemplo, con nuestro trabajo de apoyo legal en ICEERS creo que hemos marcado una diferencia en la vida de muchas personas.

En los años 90 del siglo xx, un grupo de estudiantes de psicología, creo, editó en Barcelona un espeso y fascinante fanzine que se llamó Vacío. Si no recuerdo mal se llegaron a publicar seis o siete números que tuvieron una notable influencia entre la juventud aficionada a las drogas, la antipsiquiatría y otros temas tabú de la época. A mí me interesaron mucho una especie de crónicas desde Kabul, que firmaba un tal Ramón. Eran relatos en primera persona sobre una época convulsa (años 60-70) que supuso un gran cambio… Nos explicó la transición, por decirlo así, de un mercadeo internacional de marihuana, haschís y heroína que desde Afganistán se distribuía a todo el mundo… un mercadeo manejado por hippies, aventureros, buscavidas, que muchas veces servía para financiar laboratorios clandestinos de LSD. De esa situación, en pocos años, se pasó a un mercado controlado por mafias agresivas que desplazaron, o borraron, a aquellos hippies y demás.

Disculpa, Constanza, tanta introducción. La pregunta es: ¿Crees que las mafias, así en general, abandonarán el pastel de las drogas empujadas por legalizaciones, presión policial, etc. o irán mutando y adaptándose a los tiempos, las leyes, los gustos…?

No sé qué puede pasar exactamente, porque todo está cambiando rápidamente. Lo que te puedo predecir está basado en cómo están las cosas ahora, y en cómo han cambiado en los últimos años. En general, los grupos mafiosos tienen una capacidad de adaptación espectacular a las nuevas demandas de los mercados ilícitos, de bienes y servicios ilegales. Por ejemplo, ahora hay un gran negocio de tráfico de personas que huyen de la guerra en Siria, con tarifas diferentes en función de si el destino es un campo de refugiados en Jordania, o un pasaporte hacia algún país europeo del Norte. Es el Estado el que en realidad establece la línea entre lo lícito y lo ilícito, declarando determinadas actividades ilegales, y no otras. Mientras exista demanda de drogas, y estas sean ilegales, habrá grupos ilícitos que comercien con ellas. Si se legaliza la marihuana, perderán esa cuota de mercado, o al menos una parte porque siempre podrán ofrecer precios más competitivos (como sucede por ejemplo con el contrabando de tabaco) o dar un acceso más abierto (como pasa con las benzodiazepinas sin prescripción médica, que también se venden en la deep web). Por ejemplo, los cárteles mexicanos, que han perdido buena parte del negocio de la marihuana que va hacia EEUU (porque hay otros canales de abastecimiento locales) han diversificado sus actividades hacia la extorsión, los secuestros, o se han enfocado más en las metanfetaminas o en la heroína. Aunque bien es cierto que su gran negocio siempre fue introducir la cocaína en territorio estadounidense. No creo que abandonen el negocio de las drogas mientras haya beneficio, y ahora es espectacular: son muy baratas de producir, y el margen es muy elevado, porque en realidad se encuentra en el transporte de las zonas donde se producen hacia donde se consumen. En el caso de la marihuana, se produce más cerca de donde se consume, pero el número de consumidores es mucho más elevado, por lo que queda negocio también. Importante parece, sobre todo con la liberalización de los mercados financieros que ha traído la globalización y el desmoronamiento de los controles públicos, que la imbricación entre los mercados legales y los ilegales es muy potente. El dinero de las mafias también nutre al sistema bancario internacional, que se refugia en los paraísos donde la opacidad está garantizada. Son beneficios derivados de actividades ilegales que luego son recibidos en los bancos «legales» con alfombra roja. Pero volviendo a la pregunta… creo que mientras haya mercado ilegal de drogas los grupos criminales seguirán en él, y parece que hay para rato. Cuando se acabe, seguro que encuentran otras fuentes de ingresos rápida y hábilmente.

Como has comentado en algún momento, «ha mejorado» la situación de las personas respecto a la represión sobre los consumidores de drogas ilegales. Como mínimo legal y judicialmente y quizás no tanto moralmente, en general, aunque esto pinta menos dañino para las personas. Pero paralelamente a esta «mejora» en el tiempo hemos visto como en Colombia, México… la sociedad ha sido trastocada con mucha violencia derivada de las organizaciones narcomafiosas. Muertes y más muertes. ¿Hemos llegado a un punto en que afrontar la violencia no depende ya de la ilegalidad de algunas drogas sino de la idiosincrasia de las propias organizaciones?

Respecto a la mejora que dices, todo es relativo, y por supuesto puede que desde una óptica más global se haya avanzado hacia una menor represión, obvio que esto depende del contexto, y de la persona. A cada cual le puede afectar de manera particular y, por tanto, una experiencia individual puede ser muy represiva aunque si se mira en su conjunto los enfoques pueden estar volviéndose más progresistas hacia el consumo de algunas sustancias (pero claro, eso no quita que aquí sigan multándonos por fumar un porro en la calle, o que sigan cerrando asociaciones cannábicas).

Respecto a la relación entre drogas y violencia, no es una relación directa. Las drogas generan violencia cuando son desplazadas a la clandestinidad y al mercado negro, donde el contacto entre consumidores, productores y distribuidores tiene lugar en contextos donde la violencia es una herramienta común para gestionar los conflictos. Entonces la violencia está más relacionada con la prohibición que con las propias sustancias. Yo creo que esto es algo bastante asumido ya incluso por los defensores de la prohibición. Que un contexto determinado sea violento generalmente es independiente de si existen mercados ilícitos de drogas, pero por supuesto es algo que las drogas pueden acentuar. El conflicto civil que vive Colombia viene de la década de los 60, cuando apenas existía producción o tráfico de cocaína en el país (no es hasta los años 80 que Colombia se convierte en el principal productor de cocaína) y tiene sus raíces en cuestiones estructurales más profundas como la desigualdad social, o el reparto inequitativo de la tierra, y la lucha por el control del Estado entre el gobierno y los grupos armados. Lo que pasa es que introducir las drogas en la narrativa que explica las raíces de los conflictos ha sido funcional a determinados intereses. Por ejemplo, al terminar la Guerra Fría, y con ello la lucha contra el comunismo como motor de asignación de fondos y de instrumento de control sobre la población (y sobre unos países sobre otros, como EEUU en América Latina) las drogas parecieron ser el sustituto perfecto para seguir garantizando fondos y presencia militar y política. Entonces, Colombia era ya un país en conflicto cuando la violencia generada por el narcotráfico vino a sumarse a muchas otras violencias que ya estaban presentes y que se encadenan y retroalimentan entre sí. El caso de México me parece similar: las drogas han sido producidas y han transitado por el país desde hace décadas y el aumento espectacular de la violencia relacionada con los cárteles se dio especialmente a mediados de los 2000. La sociedad mexicana ha sufrido violencia política, social y familiar desde yo diría la independencia de México (por no decir desde la época colonial y precolonial también), y lo que la mantiene es la desigualdad, la impunidad, la corrupción, el abuso de poder y un sistema de justicia que te arresta si eres pobre, si eres indígena, y te libera si eres blanco y rico. Si las políticas no están destinadas a mejorar las condiciones estructurales de una sociedad, si no sólo a detener a traficantes y a eliminar rutas de tráfico que son rápidamente sustituidas por otros, entonces la violencia sólo se traslada a otros lugares, seguramente más desfavorecidos y con gobiernos más débiles. Como el caso de Guatemala, El Salvador, Honduras… Son los países más violentos del mundo, pero culpar a las drogas de ello es muy reduccionista. Yo miraría más a las guerras civiles, a la opresión sistemática de los indígenas y de las mujeres, a un reparto de la riqueza vergonzoso. Resumiendo, podríamos decir que las drogas están en todas partes, pero la violencia sólo está en algunos sitios. Una vez, realizando un trabajo sobre África, una persona que trabajaba en Guinea Bissau me dijo: «Dudo mucho que transiten más drogas por Guinea Bissau que por España, en cambio nadie diría que España es un narcoestado». Las palabras y la narrativa son muy importantes, porque a veces llegan a ser más reales que la propia realidad.

Mira lo que dijo Evo Morales en UNGASS: «Cuando una persona tropieza con una piedra y luego culpa a la piedra, llamamos a esa persona inmadura, que evita la responsabilidad. ¿Qué podemos decir, entonces, de los estados y las sociedades que culpan a las drogas de los problemas sociales?»

Jonathan Ott viene abogando desde hace años por evitar el «narcoturismo», causa importante, parece, de graves desajustes sociales allá donde se da ese fenómeno. Recordemos las consecuencias que tuvo para la pequeña aldea donde vivió la chamana más mediática, María Sabina, la llegada de ávidos comedores de hongos psilocíbicos occidentales. ¿Puede pasar lo mismo con los visitantes que acuden desde hace ya años a diversos países americanos para tomar ayahuasca? ¿O quizás ahora ya es una industria organizada que deja importantes beneficios económicos en las aldeas y comunidades afectadas sin alterar notablemente la vida local?

Creo que el crecimiento del llamado turismo ayahuasquero no puede aislarse del contexto más general en el que está teniendo lugar, caracterizado por una mayor interconexión fruto de la globalización y por la democratización del turismo en general. El hecho de que viajar al otro lado del mundo sea cada vez más sencillo y barato para una buena parte de la población, al menos de los países ricos, hace que más personas se animen a conocer otros lugares del planeta, y en ese sentido todo el mundo tiene derecho a viajar y a descubrir. Es algo que antes sólo estaba al alcance de unos pocos, así que no se alteraban significativamente los ambientes «nativos». Ahora es otra historia. Y afecta desde luego a los «destinos ayahuasqueros». El caso de la zona de Iquitos es el ejemplo más significativo. Los resultados del aumento de visitantes son ambivalentes, ya que yo creo que las comunidades locales se pueden ver beneficiadas, pero lógicamente esto cambia las relaciones económicas y sociales, y en este caso también afecta a la «espiritualidad» de la ayahuasca, que en cierta medida se basa en la exclusividad y en ese sentimiento de estar experimentando algo único y poco común. Por un lado, se puede decir que se pierde autenticidad, por otro se puede pensar que es positivo que cada vez más personas tienen acceso a los beneficios de la planta y a todas las puertas que eso puede abrir. La cuestión es cómo se gestiona esta ambivalencia por parte de los actores locales, gubernamentales y, también por parte de los propios viajeros. Para que los perjuicios y beneficios se repartan de forma equilibrada. Además, hay que añadir los costes medioambientales por la relación con la explotación de recursos naturales de la Amazonia. Yo creo que el turismo ayahuasquero está afectando notablemente a las comunidades locales donde es muy intenso, y por ejemplo el gobierno de Perú antes o después tendrá que afrontar algún tipo de regulación, más si se siguen produciendo, de tanto en tanto, incidentes que llaman la atención de la prensa (sea o no sensacionalista). Perú reconoció la ayahuasca como patrimonio cultural de la nación en 2008, pero este reconocimiento sólo incluye a las prácticas tradicionales y el carácter sagrado del ritual de ayahuasca, excluyendo específicamente, o diferenciándolo de los (cito literalmente) «usos occidentales descontextualizados, consumistas y con propósitos comerciales». Entonces, todo el turismo parece estar al margen de este reconocimiento y, dado que realmente es un fenómeno en ascenso, sería bueno afrontar un debate entre los diferentes actores implicados para llegar a acuerdos, propuestas de autorregulación… A mí me han contactado algunas personas que están iniciando este tipo de procesos allí, pero de momento no hay resultados específicos. Pero es algo que yo preveo se gestará más pronto que tarde.

Próximamente, organizada por ICEERS, se desarrollará la II Conferencia sobre la Ayahuasca en Brasil. ¿Qué aportará de nuevo respecto a la anterior conferencia que se celebró en Ibiza en 2014?

Creo que la II Conferencia Mundial de Ayahuasca es claramente un reflejo de la evolución de ICEERS como organización, y esta evolución ha sido en buena parte el resultado de las tantas oportunidades para avanzar en el camino que nos brindó la primera edición de esta Conferencia. La esencia del encuentro sigue siendo la misma, pero creo que esta vez hemos conseguido generar algo mucho más inclusivo, que refleja mejor la complejidad del tema, más madurado, si me permites. Hay varias cuestiones que suponen un avance importante con respecto a la primera. Tendrá lugar en Rio Branco, en pleno Amazonas, cuna de múltiples tradiciones ayahuasqueras y de las iglesias que utilizan ayahuasca en sus rituales. Los indígenas y las iglesias tendrán un protagonismo mayor que en la edición de 2014, y el peso de Brasil y de las comunidades locales de Rio Branco en el mismo proceso de gestación de la conferencia le están imprimiendo un carácter mucho más global. También en dimensiones hay novedades: serán muchos más días, más conferenciantes, más asistentes y más temáticas. Resulta impresionante la cantidad de ángulos desde los que se trabaja la ayahuasca, y la diferente pero complementaria diversidad de disciplinas que se combinan gracias a ella. Nuestra intención es que esto se plasme durante esos seis días. Además, un tema que desde mi trabajo es importante, es que el hilo que tejerá todo lo que allí suceda será la voluntad de honrar la diversidad cultural de las prácticas con ayahuasca. Es decir, se otorgará un gran énfasis a las cuestiones culturales, a diferencia de la primera, más centrada en el tema legal y de políticas de drogas. Esto me parece fundamental para tratar de reenfocar la perspectiva política desde la que se ha venido tratando el fenómeno de la globalización de la ayahuasca. Hay que sacar a la planta del marco de las leyes de drogas, y ubicarla en el campo de lo cultural, del ecosistema, de las prácticas culturales. Independientemente de si éstas tienen lugar en la selva o en la ciudad.

Seguiría conversando contigo, Constanza, y así aprendiendo más sobre estos peliagudos asuntos. Pero lo dejamos aquí. ¿Quieres añadir alguna cosa a esta charla digital?

Nada que añadir, un placer. Me has hecho estrujarme el cerebro para contestar a muchas de tus preguntas, y darle la vuelta a cosas que tenía bastante reflexionadas. Qué bueno es darse cuenta de que la rueda no para, que siempre se pueden ver las cosas desde otro punto de vista. Por eso, gracias.