«Históricamente la nación española es una de las peor avenidas, no solo del continente europeo sino del mundo entero»
Juan Carlos Usó Arnal (Nules, Castellón 1959) es licenciado en Geografia e Historia Contemporánea (Sección Historia Contemporánea) por la Facultad de Geografia e Historia de la Universidad de Valencia y Doctor en Sociología por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la UNED. Trabaja como Bibliotecario municipal del Ayuntamiento de Castellón de la Plana. Autor de los libros Drogas y Cultura de Masas (España 1855-1995) y Spanish Trip (La Aventura Psiquedélica en España). Ha escrito en multitud de publicaciones entre las que destacamos, Ajoblanco, Claves de Razón Práctica, El Viejo Topo, El Periódico de Cataluña, Archipiélago, Ulises, etc. Asimismo ha colaborado en los siguientes documentales: Cielo e Infierno. El Concepto de Droga y las Sustancias Psicoactivas (2002) y Morir de Día (2010). Juan Carlos tiene la amabilidad de contestar a nuestras preguntas vía mail. El entrevistador aclara que no consume drogas y que el interés sobre el tema se centra en aspectos sociológicos, antropológicos, e históricos así como en el deseo de dar a conocer la calidad de los trabajos del entrevistado.
Es espeluznante el estudio que has hecho sobre la corrupción inherente a “la guerra contra las drogas” en España. ¿Cómo te explicas que desde El Poder no haya habido ningún movimiento durante todos estos años y a pesar de las pruebas, para revertir esta situación?
El Poder, por definición, tiende más hacia la inercia que hacia el movimiento. O, si lo prefieres, podemos decir que los únicos movimientos del Poder están orientados a su perpetuación.
¿Puede compararse la “guerra contra las drogas” y “la guerra contra el terrorismo”?
Sí, son dos “enemigos” que dan mucho juego, en el sentido de que tanto “las drogas” como “el terrorismo” pueden configurarse como dos tópicos institucionalmente seguros sobre los cuales unificar voluntades políticas, favoreciendo la aceptación de una legislación más estricta, mayores gastos en fuerzas del orden y cuerpos de seguridad y más protección paternalista.
Sigue causando mucho dolor rememorar la irrupción masiva que hubo en El Estado Español de heroína en los años 70. ¿Cuál es sintetizadamente tu visión sobre los que pasó en España esos años?
La irrupción masiva de heroína durante los años 70 no fue un fenómeno exclusivo del Estado Español. También se dio en EEUU, Francia, Alemania, Italia… Por eso muchas personas están convencidas de que la heroína funcionó como una especie de caballo de Troya para destruir los movimientos alternativos y revolucionarios surgidos durante esos años. Es decir, aceptan sin reservas que tanto la denominada contracultura como la izquierda revolucionaria fueron aniquiladas mediante la diseminación premeditada y calculada de heroína por parte de determinados poderes fácticos. Sin embargo, contradiciendo cualquier tipo de teoría conspirativa, la desintegración de la contracultura se produjo al masificarse ciertos aspectos de sus propuestas alternativas, totalmente trivializadas, asimiladas e incorporadas a la cultura de masas, así como por la propia evolución del contexto. Lo mismo podría decirse de la izquierda revolucionaria, que experimentó un duro proceso de aislamiento social y la pérdida de influencia política, y hace tiempo que muestra signos de agotamiento. El éxito de la narrativa a la que me refiero no se ajusta a la realidad de los hechos, pero es innegable que ha ayudado a muchas personas a ubicar el evento un contexto moral entendible, facilitando así la descarga emocional de amplios sectores, además de eximir a los afectados de responsabilidad.
En su libro La tentación de la inocencia (1996), el filósofo Pascal Bruckner diagnosticó la tendencia al infantilismo y la victimización como una de las principales patologías de la sociedad occidental contemporánea, fruto del incremento de la responsabilidad combinado con una conciencia de la propia impotencia. Creo que la heroína, sobre representar un recurso para la imaginación, es una sustancia que ha venido muy bien para extender ese caldo de cultivo social donde los auténticos responsables se presentan con frecuencia como víctimas involuntarias.
Aquí en España los sectores más afectados por el consumo de heroína fueron precisamente aquéllos que se sintieron menos representados por el consenso social e ideológico alcanzado durante el proceso de de la denominada transición democrática. Me refiero a los nacidos en la década de los 50. No creo que haya ninguna causa profunda, ninguna lógica trascendente, que explique aquella autodestrucción generacional. Por una parte, la heroína se convirtió para muchos jóvenes en el símbolo que les permitía superar la “economía del dolor” –por utilizar la expresión acuñada por el economista y teórico social estadounidense Simon Patten– en la que se habían desenvuelto las generaciones de sus padres y de sus abuelos, basadas en la escasez y la subsistencia. En ese tránsito hacia una “economía del placer”, que por lo menos prometía abundancia, muchos jóvenes apostaron decididamente por la alegría salvaje, la extravagancia y la parranda, en una especie de carnaval del caos y una alocada celebración del abandono emocional y sensorial. Puede que en ese proceso de consunción consciente e hiperacelerada del capital orgánico, como una forma de ser y estar en el tiempo, acabaran dejándose la piel los que más amaron la libertad, pero en cualquier caso estaríamos hablando de una generación de jóvenes dispuestos a representar el rol de víctimas propiciatorias que toda sociedad en transición necesita para conjurar sus temores.
Sabino Méndez, ex guitarrista de Loquillo y Los Trogloditas, es de los pocos que ha tenido la honestidad de no eludir su cuota de responsabilidad al apuntar hacia “el componente irracionalmente lúdico” de aquella generación para explicar la expansión de la heroína en España: “El origen de su uso no hay que buscarlo, en nuestro caso, en ningún spleen […] Era, más bien, la escalofriante curiosidad de Juan Sin Miedo. Para mis camaradas y para mí, el descubrimiento de unas sustancias que podían alterar con gran rapidez nuestro estado de ánimo con solo apretar un émbolo fue irresistible. La gratificación a largo plazo nos resultaba absolutamente indiferente. Solo queríamos sentir aquí y ahora”.
¿Cuál es tu opinión sobre clínicas de desintoxicación y/o tipo Proyecto Hombre y/o similares?
Lo siento, no conozco de primera mano el funcionamiento de ningún centro de desintoxicación. Sé de personas que han pasado por uno o por varios de ellos. Algunas hablan maravillas, otras echan pestes.
¿Cuál crees que es, desde tu punto de vista, el legado de Antonio Escohotado?
Hablamos de un legado impresionante. Siendo muy joven, y partiendo del estudio de la filosofía hegeliana, se embarcó en un proyecto ambicioso de autoaclaración, con el ánimo de aportar su granito de arena a la historia del pensamiento occidental. ¡Y más que grano, nos va dejar un auténtico alud! El público lo conoce por sus libros sobre drogas, que han extendido la ilustración farmacológica en este país a unas cotas impensables, pero lleva publicados más de veinte ensayos, todos ellos de un altísimo nivel. Ahora mismo anda embarcado en ultimar el segundo volumen de Los enemigos del comercio, una obra cuya influencia y alcance se dejará notar con el paso del tiempo. Con todo, su legado trasciende a su obra escrita, pues no podemos olvidar todas sus charlas y conferencias, sus comparecencias ante las cámaras de televisión, su labor docente, las tesis doctorales que ha dirigido, etc., por no mencionar otros proyectos extra académicos, como aquella discoteca mítica que montó en Ibiza a mediados de los 70, a la que bautizó con el nombre de Amnesia, y que marcó toda una época, o sus colaboraciones musicales con el grupo Mil Dolores Pequeños y con Andrés Calamaro.
Como historiador, ¿Cómo valoras la situación actual de España?
Históricamente la nación española es una de las peor avenidas, no solo del continente europeo sino del mundo entero. Que yo sepa no hay ninguna otra que en el lapso de cien años haya sufrido cuatro guerras civiles, aunque a las tres primeras se las conozca como “guerras carlistas”. En momentos de crisis, como el actual, ese lastre sociopolítico del pasado se deja sentir con mucha fuerza… Definitivamente, no es fácil mostrarse optimista con respecto al presente ni al futuro inmediato del Estado Español.
Hiciste tu tesis, antes de especializarte en drogas, si no me equivoco en masonería. ¿Puedes explicar al lector en qué consiste?
Efectivamente, en su día defendí con éxito una tesis de licenciatura sobre la historia de la masonería en la provincia de Castellón, desde el llamado Sexenio Democrático o Revolucionario hasta la guerra civil de 1936-1939… Sobre qué es la masonería, quizá habría que empezar diciendo que más que hablar de masonería, en singular, deberíamos hablar de masonerías, en plural, pues uno de los principales afanes de los masones consiste en descalificarse o deslegitimarse entre ellos… Ironías aparte, podríamos decir que es una asociación discreta, que se inspira en los principios de libertad, igualdad y fraternidad, aunque está muy jerarquizada. Sus miembros aseguran trabajar por el ennoblecimiento de la humanidad y por extender la tolerancia. También creen en la razón y la conciencia del ser humano como base para sus acciones y en una alta formación moral y ética.
Algunos investigadores apuntan basándose en estadísticas, que el motivo real de la presencia de EEUU en Afganistán sería el control mundial del tráfico de opiáceos. ¿Qué piensas al respecto?
Como historiador, suelo investigar a partir de fuentes primarias. En este caso, carezco de suficientes elementos de juicio para pronunciarme con un mínimo de garantías. Sin embargo, no creo que la presencia estadounidense en Afganistán sea suficiente para tener un control del tráfico de opiáceos a nivel mundial, ya que hay otros países productores de adormidera: Myanmar, Camboya, Laos, Tailandia, México… Por lo demás, cuando se habla del opio afgano, los analistas parecen olvidar que Afganistán es un país destrozado por años y años de guerra, sin una moneda sólida, sin un sistema bancario, donde las tarjetas de crédito no sirven para nada, etc., en el que el opio juega un papel de moneda de cambio. De tal manera, cuando hablamos de opio referido a Afganistán, no hemos de pensar tanto en una droga como en la dote de una novia, los ahorros de una familia, etc. Yo creo que los afganos plantan adormidera, producen opio y lo comercializan, o lo almacenan, en función de sus propios intereses, no de intereses ajenos.
Escribías en la mítica Archipiélago, la mejor revista española que yo jamás haya leído. Se ayudan a los bancos y a otros fenómenos que se tildan de “culturales”. Sin embargo, al trabajo bien hecho, que cuestione al Poder y abra la mente se le castiga. ¿Qué valoración haces del cierre de Archipiélago y de la situación, en general, cultural de España?
He de decir que escribí ocasionalmente en Archipiélago, por lo que me siento muy honrado, pero nunca fui un colaborador habitual de la revista. Dejó de publicarse porque sus ventas y suscriptores fueron a la baja, no porque mediara ningún tipo de castigo gubernativo. Otra cosa es que nos preguntemos por qué se asimilan al concepto “cultura” aquello que antaño se conocía como “usos y costumbres”, es decir, la moda, la gastronomía, los deportes, etc., aspectos que si te fijas cada vez ocupan cada vez más tiempo y más espacio en los telediarios; o por qué los Gobiernos y los mass-media promueven no tanto la cultura como la diversión y el entretenimiento. En cierto modo, creo que se trata de consecuencias lógicas del mayor acceso al escaparate de los bienes de consumo, o si lo prefieres, a su democratización. Frente a la Ilustración el Romanticismo reivindicó la denominada “cultura popular”. Luego se impuso lo que conocemos como “cultura de masas”, y puede ser que productos independientes, críticos y de calidad cada vez tengan menos cabida en este entorno.