«Sin ritmo no hay emoción»
Miguel Ángel Velasco (Mallorca, 1963), poeta, es autor de una ya nutrida obra poética. Su anterior libro, La miel salvaje, recibió el premio Loewe en el 2002. Fuego de rueda, su última producción, ha sido galardonado con el premio Fray Luis de León. El viernes día 2 participa en el Festival de poesía de la Mediterrânea, y el sábado firma ejemplares en la Feria del libro. Aprovechando la publicación del libro, conversamos con el poeta para tratar de descubrir algunas claves del libro y de su obra poética.
¿Podrías hablarnos de Fuego de rueda?
Fuego de rueda es una extensión del territorio que en La miel salvaje se configuraba en torno a una voluntad abarcadora: la vida de las formas, los patrones de crecimiento, los fenómenos de trasculturación de determinados troqueles simbólicos, hasta formar una greca o fresco que tiene su continuación en este último libro, donde quizá prevalezca más el elemento natural y el orden de la sinestesia que la acuñación cultural, todo ello entreverado de una crítica de la Historia como historia de la dominación, amén de las inevitables calas en el avatar vital de uno. Si tuviese que ponerme bajo la advocación de una patrona la llamaría curiosidad, una gran curiosidad.
¿Podrías hablarnos de tu concepción de la poesía?
La que intento hacer es una, podríamos llamarla, poesía de la atención. Partiendo de un objeto dado, ver cómo éste se corresponde estructuralmente con formaciones análogas de otros ámbitos, entregarme a su capacidad evocadora, indagar en esa trama de las correspondencias. En este cometido, uno intenta ser lo menos subjetivo y personal posible (tiene gracia lo de que una producción artística es “personal” o “muy personal”, para dar a entender que posee unos marcados rasgos distintivos). El arte es identificación, la personita se pone al servicio de lo representado. Al servicio de las nubes el que pinta nubes, y al servicio de los erizos de mar el que escribe sobre erizos de mar. Por lo demás, todo pasa por estar bien pertrechado en cuanto a utillaje, técnica, oficio. Tener las cartas para entrar en el trance de vez en cuando, y no ser pusilánime, claro, que si no ya te puedes poner, que no hay Dios.
¿Tiene la poesía una función pública?
La poesía, pese a sus evidentes limitaciones para repercutir en la cosa pública, tiene su modesta pero puntual función política, y clarísima, en cuanto a que contribuye acombatir la pereza mental, que es la que hace ciudadanos dóciles, los que conforman un cuerpo social se diría cada vez más empeñado en que lo traten como a un menor de edad. La palabra poética hace hincapié en la necesidad apremiante de recuperar el espacio público para un diálogo maduro. La función política de la poesía estriba principalmente en su utilidad, en que no sea letra muerta de catálogo cultural, sino palabra viva, palabra que hace. Palabra útil para vivir, que acompañe, que merezca ser recordada y trasmitida, a fuerza de ser pura vida, de la verdadera, la que te están robando a cada momento. Lo otro es cultura decorativa, de pai-pai, fechitas conmemorativas, saraos, complicidad con la barbarie, y un confundir lo espiritual con lo espirituoso, que decía uno.
Y ahora la pregunta de rigor. Qué le debe tu trabajo a tu conocido interés por las sustancias psiquedélicas.
Tales sustancias forman parte de mi trayectoria y apuesta vital, en términos homeostáticos, de regulación de mis humores, de arraigo y de inventario: inventario de la belleza del mundo. Y por lo tanto, proveen a mis alforjas poéticas de no pocos tesoros de los que dar cuenta. De modo que mis acercamientos a lo maravilloso siempre tienen algo de cuaderno de bitácora. La más reciente poesía española le debe mucho al Dr. Albert Hofmann, padre del LSD (que por cierto, cumplió 100 años el pasado enero). Por lo demás, hay muchos miedos y masoquismos primarios que si no se afrontan con un cierto coraje y franqueza te pueden incapacitar para la fiesta más suntuosa que le está reservada a los mortales. Las sustancias psiquedélicas son parte de una escuela superior de formación de hombres libres.
Y hablando de enseñanza. ¿Qué falla en la enseñanza de la literatura?
Suelen fallar, de entrada, los padres, a los que sus hijos imitan en aspiraciones: televisión, coches y deportes, en fin, el delirio social. Y fallan los planes de estudio, ideados para fabricar especialistas útiles para el sistema de producción. Se han arrumbado lamentablemente las lenguas clásicas. Se trataría de recuperar una formación en sentido pleno, clásico, enseñar a pensar de nuevo, reeducar la memoria, como aliada de la argumentación. En lo tocante a la enseñanza de la literatura, todo pasa por memorizar textos, guste o no, y por invitar a la composición de los mismos, según reglas (no el “todo vale”, para eso ya tenemos bastante con las artes plásticas de hoy día: el reino del camelo). Son medidas antipopulares, sin duda, ahora mismo, pero se puede empezar con letras de hip-hop, un buen ejercicio. Recordando a Emerson, el hombre necesita toda la música que se le pueda proporcionar para ser libre (música en sentido amplio, claro, que incluye la palabra; no la barata metadona musical del cacharrito con auriculares). Y es que la poesía, no lo olvidemos, es ritmo. Sin ritmo no hay emoción.