Compré en un laboratorio inglés un gramo de este disociativo, derivado de la methoxetamina, hoy ilegalizado en su país de origen, que patentó un investigador que de adolescente perdió una mano por un atentado del IRA, y, en la actualidad, pese a tener un buen trabajo en una universidad británica, sigue sin atreverse a “salir del armario”, por fundado temor a ser procesado. Dado lo reciente de su circulación y la escasez de pruebas/estudios, la información que pude ver en distintas webs no aclaraba si actúa o no como inhibidor de la recaptación de dopamina. Diría que no, lo que no niega el efecto homeopático, id est, beneficioso que en mí que tuvo su ingesta.
Motivo de la toma/enfoque/set
Me encontraba en una situación de desorden, “disociado del medio/del mundo”, con un deseo de marchar de donde estaba, pero sin saber bien hacia dónde y para hacer qué, a qué dedicarme. Por ello, pensé en la máxima hipocrática: “¿Si aplico un disociativo a un ser disociado, de la vida, lograré un efecto integrador?”. Evidentemente, yo era el conejillo de indias. Había leído algunos escritos de alguna toma de MXE que decían que en los meses siguientes su “ansiedad social” había disminuido o se había eliminado por completo, sin duda por su acción sobre la dopamina. Pensaba que podría lograr algo parecido. No fue exactamente así.
Setting
St. Vicente de la Barquera, finales de julio de 2014. Alquilé una habitación junto al puerto. Dosis: 150mg. Tenía presente que es una sustancia activa a dosis bajas, potente, por lo que empecé haciendo una prueba con 60mg. Me senté en la cama, libreta en mano, haciendo anotaciones. A los pocos minutos, ya empecé a notar ciertas distorsiones en el oído y cierta hipotermia (había ayunado). 15-20 minutos después, con la vista hacia abajo, hacia la libreta, me pareció ver pasar una sombra ante el espejo que tenía delante. Me asustó algo.
Las sombras que había en la pared parecían cobrar formas: una liebre, una cabeza de perro; de crío en la penumbra sentía algo parecido. Seguí con las anotaciones y 10-15 minutos después vuelvo a creer ver por un ángulo del ojo que una sombra pasa ante el espejo. Me levanto a orinar, y al volver me termino de inquietar/atemorizar y de constatar la potencia y el alcance del fármaco: sobre la cama había una lámina enmarcada a la que no había prestado atención. Era el interior de una habitación con una ventana de un lado por la que se asomaba una niña/niño rubita-andrógino; en esos momentos, parecía que se hubiese animado, que hubiese cobrado vida, parecía como si hubiese un crío de mirada muy intensa vigilándome o al menos mirándome desde esa ventana.
Por supuesto, sabía que era una lámina, pero experimenté que la razón y las sensaciones van por caminos distintos. Saber que era un papel no me impedía asustarme. 15 minutos después los efectos se fueron diluyendo, y me encontré ante una disyuntiva: ¿dejo los 90-100 mg que tenía “pendiente” para otra ocasión, con compañía quizá, o me decido?
Me decidí. Bajé a la calle, me sentía más seguro en el ágora, entre la sociedad. Creí ser más sensible o receptivo a los miedos de la gente. Al subir por una calle estrecha, poco iluminada, me pareció notar cierta sensación de temor de dos mujeres con las que me crucé. Los ruidos que, en general, me gustan muy poco tendían a ser más estridentes. Un skate que pasó cerca de mí, no lo había notado, me molestó, también las voces de un padre al hijo. El olor a mar y a comida de los bares se intensificaba también. Entré a un bar a comer algo. Había un matrimonio holandés, clientes risueños (la mujer parecía salida de alguna pintura de Botero), camareros sudaméricanos y los hosteleros españoles. Me parecieron seres pertenecientes a mundos distintos y ajenos entre sí, de antropología completamente disímil. Viéndolos en la terraza, felices a su modo y manera, no sentí afinidad con ninguno. A su vez, yo “sentía” que “mi mundo” no pertenecía a ninguno de aquellos tres grupos. Al levantarme y salir del bar, tuve cierta sensación de valor u orgullo por lo que estaba haciendo: investigación científica, pese a estar en una situación económica precaria.
Unos diez minutos después, me siento en un escalón junto al puerto y poco después entro en el “agujero M”: durante 20-25 minutos, calculo, no supe quién era ni dónde estaba. Tuve una sensación de ser una “máquina programada encadenada”, como el resto de humanos, y de estar inmerso en alguna prueba importante, pero peligrosa, que podría tener una gran recompensa o volver a “la prisión de partida”. Repetí el nombre de dos amigos, de mi padre, la palabra “esquizofrenia”. “¿Qué es esquizofrenia? No lo sé. Creo que es algo grave”. Al recuperar la conciencia, di un paseo nocturno: pasé al otro lado del puente de piedra. El paseo lo recuerdo solitario y algo melancólico. Me parece algo necio precipitarse a preguntar: “¿Cómo te sientes?” al salir de una toma con algún psicofármaco o “planta maestra”.
Conscuencias
Las sensaciones, per se, no tienen demasiada importancia, y sí, en cambio, consolidar ciertos estados, conectar redes neuronales, “desatar nudos” y, en general, aumentar tus prestaciones vitales. Pasé el día siguiente en el pueblo y de noche retorné a casa. En los días inmediatos posteriores, parecía como si mi separación del entorno se acentuase y, en general, mi conducta se reforzase, en un ligero afterglow remanente. Sin embargo, tres días después, el primer sábado del mes de agosto, me encuentro por el barrio con un antiguo compi de secundaria. Me saluda afectivo, me dice que tengo “buen aspecto”, y me explayo. Le cuento mis investigaciones y lo que llevo haciendo el último año y medio. El tío es profesor de español en el extranjero, ahora en Uzbekistán. Tras 30-40 minutos de buena conversación, nos despedimos. El caso es que esa misma tarde pienso: “¿Por qué no dedicarme a eso? Profesor de español abroad. El disociativo, al final, terminó aportándome luz. De no saber a qué dedicarme antes de la toma, subsistiendo con trabajos esporádicos, precarios, sin una línea clara en relación a qué hacer, qué ser, me dio la solución de una manera “ecológica”, de adquisición de un orden interno de manera autónoma. Es bien sabida la importancia que tiene a nivel identitario saber cuál es tu profesión, ¿qué es “lo tuyo”? Desde entonces, vengo dando clases en una ONG a extranjeros y en un instituto de secundaria, con clases de apoyo, con muy buenos resultados, sabiendo además que tengo la tradición a mi favor.